A diez años de su fallecimiento así lo recordamos

Mercedes Pedemonte:

Me es difícil describir con palabras el afecto que me unía a Owen.

Lo conocí cuando me formaba como terapeuta de Estimulación Temprana.

Trabaje junto a él en el Centro Dra. Lydia Coriat, me convocó para que juntos armáramos el Centro de Estimulación Temprana de Ituzaingó, que ahora lleva su nombre

Trabajamos juntos también en su consultorio de Hurlinghan.

Aprendí muchísimo de Neuropediatría junto a él.

Nos hicimos amigos, muy amigos, confidentes. Distintos en edad, en recorrido profesional, pero podíamos pasar largos ratos hablando de trabajo, de proyectos o de la vida

Te recuerdo con ese entusiasmo que le ponías a todo lo que hacías, tu generosidad, tu humildad, tu sensibilidad, tu humanidad.

Lamenté no haber podido compartir algún verano en nuestro amado lugar, Traslasierra. Pero te dejé un arbolito plantado en el jardín de tu casa de Nono.

Gracias amigo por haberle dejado una marca indeleble a mi vida.

 

Adriana Suliansky:

Parece increíble q hayan pasado tantos años … imposible no tenerlo presente. Con su sabiduría, sencillez, precisión, respeto y cuidado siempre estaba para responder las preguntas que un niño me presentaba.

Hacer interdisciplina con él fue siempre un lujo! Gracias por tanta enseñanza!

 

Fabiana Neiman:

Conocí a Owen Foster en marzo del 2005, en la entrevista de admisión al entrar a Fepi. Me dio la bienvenida con su sonrisa y su modo de vincularse en el encuentro. Recuerdo que me descolocó en un momento. Me preguntó:

– Tenés chicos?

– ¿Hijos o pacientes? – le pregunté.

– Hijos – me dijo… con su voz cálida, humana, sincera.

– Sí, le dije y ahí no se conformó y me invitó a hacerme un lugar en lo personal más allá de hablar de clínica, formación y etcéteras… y entonces me preguntó qué edades tenían. Owen tenía la sabiduría, la ternura, la idoneidad y la humildad que sólo tiene  los grandes.  Se sentó conmigo para hablar de pacientes con esa capacidad para traducir lo complejo de un cuadro médico en palabras accesibles y para que con ellas yo pudiera comprender complejas problemáticas. Luego me quedaba pensando cómo articular ese conocimiento en la clínica apelando a las lecturas que podemos hacer cuando las estructuras orgánicas y psíquicas se entrelazan generando efectos singulares e insospechados. Owen acompañaba todo el proceso, no te dejaba sola. Tenía los ojos claros y la mirada amorosa. Sabía de lo suyo como pocos pero jamás lo escuché alardear sobre ello. Lo admiré y lo quise mucho. También me sentí honrada por haber trabajado con él. Se lo extraña, dejó un enorme vacío, me dolió mucho su partida. Estaré siempre agradecida por habérmelo cruzado en mi camino.

 

Elsa Coriat:

RECORDANDO A OWEN FOSTER

Compartí con Owen Foster las entrevistas de admisión desde que estas comenzaron a ser por partida doble, incluyendo no sólo a un neuropediatra sino también a un psicoanalista – esto fue a fines de la década del 80. Juntos continuamos hasta que se vio obligado, por el avance de sus problemas físicos, a suspender su trabajo clínico en el Centro.

No había padre ni madre de pequeño paciente que no fuera cautivado por su ternura y su apacible tranquilidad. No había niño que se resistiera a sus propuestas de juego.

Las admisiones fueron el lugar privilegiado de nuestros intercambios pero no fue ni lo único ni lo primero que compartimos.

La primera vez que escuché hablar de Owen yo estaba todavía en el colegio secundario – tengan en cuenta que hace de eso más de medio siglo – y fue en la mesa familiar. Mi mamá, la Dra. Coriat, siempre nos hablaba del lugar en donde transcurría su vida, a saber, su trabajo. En esa época, al igual que durante otros muchos años, estaba metida a pleno en el Hospital de Niños. Un día, alegremente y muy divertida, nos contó que ahora tenía “un hijo”. Para ese entonces, ya había unos cuantos que podían considerarse sus discípulos; no tantos como ahora, claro, pero había unos cuantos y a ninguno, nunca jamás, lo nombró “hijo”. En este caso, “hijo” era una palabra dicha sin duda en broma, pero con un indudable afecto y una buena cuota de verdad. Además, fue un nombre que se mantuvo en el tiempo.

Supongo que conocí a mi nuevo “hermano” en las multitudinarias reuniones de camaradería en las que mi mamá invitaba a participar a todo el equipo, con cónyuges e hijos incluidos, en nuestra casa de San Isidro; pero cuando realmente lo conocí fue cuando, años después, entré a formar parte del equipo; fue una breve transición, en la que mi mamá falleció y él pasó a hacerse cargo del lugar de neuropediatra del equipo. ¡Tremendo lugar, dado el rango de su predecesora! Lo ocupó con su serenidad de siempre, y su modestia no se conmovió ni un ápice. ¡Cuánto nos alegramos de poder contar con un profesional perfectamente capaz de ocupar semejante lugar, tan valorado por nosotros!

Ya “huérfano”, al igual que nosotros, en las décadas que siguieron, Owen continuó creciendo. Formó parte desde el principio del equipo de dirección que se hizo cargo de la continuidad del Centro de Neurología Infantil – que pasó a llamarse Centro Dra. Lydia Coriat – y que fue el mismo que algunos años después fundó FEPI.

Lo único que de él quedó siempre igual fue su modestia, su serenidad, su tierna dulzura. Así como, desde el principio, como médico, no dejaba de conquistar a padres y niños, lo mismo le empezó a pasar con los centenares de profesionales que llegaron a escuchar sus clases. Y además, ¿cuántos médicos, como él, están dispuestos a participar en una interconsulta por un paciente, tan interesados en transmitir información como en recibir y valorar el saber del otro?

El último recuerdo que compartí con él es el de la despedida. Le agradezco tanto a él como a los familiares que estaban a cargo el habérmelo posibilitado. Fue así: ya sabíamos que su situación se venía agravando, estábamos en FEPI y alguien dijo que posiblemente fuera la última oportunidad de verlo, no sé quien avisó ni quien organizó el viaje ni con quienes fui, pero tres o cuatro nos subimos a un auto que nos llevó al que creo que fue su último lecho. Fuimos pasando, de a uno, a saludarlo. Él no podía hablar con fluidez pero estaba absolutamente lúcido. Hablaba con su expresión, hablaba con sus ojos. Tanto él como yo sabíamos que era la despedida. ¡Le agradezco tanto haberme dado la posibilidad de ese momento!

 

Claudia Sykuler:

Como siempre el paso del tiempo nos sorprende, ya son diez años que Owen no está (físicamente) con nosotros!, pero cómo sigue presente en mi memoria!, y muchas de sus palabras resuenan en situaciones cotidianas de la clínica con mis pequeños pacientes y sus familias.

Lo recuerdo con su buen humor, siempre con una sonrisa, con un  trato tan cercano y amable.

Lo recuerdo en las interconsultas cuando conversábamos sobre algún bebé o niñx, sus explicaciones acerca de “lo neurológico”, y las preguntas y reflexiones tan atinadas acerca de lo que estaba sucediendo allí.

El respeto por el trabajo interdisciplinario, su escucha atenta de lo que le relatábamos y nos preocupaba acerca de cada niñx.

Siempre dispuesto a la invitación que cada año le hacía para dar una clase en la cátedra (a mi cargo) de Teoría de la Psicomotricidad I, en la Licenciatura de Psicomotricidad de la UNTREF. Los estudiantes lo escuchaban asombrados, entusiasmados, admiraban que un neurólogo tuviera esa posición clínica, atento a la subjetividad de lxs niñxs, y al mismo tiempo tan preciso en sus explicaciones acerca de la importancia de atender a las cuestiones neurológicas.

Me queda resonando el modo en que enlazaba lo “neuro” con lo “psico”, en esa creación de la fórmula “neurona deseante”, para explicar la importancia de ofrecerle al bebe situaciones interesantes para que él haga según sus ganas e  intencionalidad, ya que redundaría en las conexiones sinápticas, mucho más que moverlo como su fuera un objeto.

Owen era creativo, chistoso, distendido, y siempre daban muchas ganas charlar con él, y escucharlo.

Me siento agradecida de haberlo conocido y compartido tantos años de trabajo junto a él, que indudablemente me han marcado y orientan mi trabajo clínico.

 

Raquel Sued:

Era natural y constante su dedicación estudiosa por temas que a fines de los 80 abrían nuevas teorías acerca de la conformación y funcionamiento de sistema nervioso humano, ej.: las neuronas espejo, y NOS LO transmitía.

Estuve presente en más de una de las conversaciones/interconsultas en la casa-institución de la calle Estado de Israel que sostenían en el pasillo o en la cocina de  manera “abierta”  antes de finalizar una admisión, escuché y vi PASIÓN por la tarea: aprendí  mucho acerca del costado HUMANO de la cuestión.

Ni hablar de lo que fue compartir trabajo clínico, un placer.

A mí me deslumbró una tarde en que creo me arrimaba a la estación de Hurlingham y me propuso en camino veamos juntos a un niño que esperaba su consulta domiciliaria.

No sé cuántos vecinos al cruzarlo lo saludaban y “entendí” su maravillosa disposición de médico pediatra primando antes que su especialidad y para algunos que quizás no disponían de cobertura en salud, de modo campechano él mismo que se pronunciaba en un congreso entre brillantes expositores.

GRACIAS OWEN por tu entrega!!!!

 

Patricia Enright:

Querido Owen.

Son ya diez años de no verte. De haber perdido tu calidez y tu simpatía haciéndose sentir y oír por todo FEPI, de tener que recuperarte en los recuerdos.

En esos recuerdos estás vos con esa disposición para escucharnos y con ese modo -tan cálido y tan simpático- de valorizar nuestras preguntas, aún aquellas que se me aparecen ahora como tan ingenuas propias de los primeros tiempos por FEPI.  En ellos, me retornan el asombro y el placer por poder compartir ese trabajo que habilitabas, que sostenías y en el que tu saber médico hacía genuinamente interdisciplina.

En esos recuerdos vuelven también aquellos relatos cargados del entusiasmo con que nos hablabas de Nono, de tal modo que conocí y me apasioné por ese pedacito del Valle de Traslasierra a partir de escucharlos y escucharte.

Son ya diez años de no verte Owen. Quería contarte que te reencuentro en estos recuerdos y que te reencuentro cada vez que recorro Nono preguntándome por dónde habrás andado con lo imborrable de tu calidez y tu simpatía.

 

Silvia Bruckman:

Recordar a Owen Foster, es evocar su rostro y franca sonrisa que convocaban al diálogo abierto y desacartonado.

Como profesional, neuropediatra y clínico, con su mirada y escucha atenta, sosteniendo a las familias, bebés, niños, niñas y adolescentes con problemas en el desarrollo.

Ubicando la singularidad, alejado de las certezas diagnósticas.

Decía: “los niños con problemas en el desarrollo, también se resfrían, pueden tener fiebre, sarampión y se enferman como todos los niños en la infancia”

Es recordar a un excelente profesional y ser humano. Sensible y con la sencillez de los “Grandes”.

 

Silvia Giménez:

Querido Dr. Foster: siempre de buen humor, siempre sonriendo. Siempre encontrando una solución para cada problema.

Es recordado por todos: sus pacientes, los padres de sus pacientes a los que siempre estaba dispuesto a escuchar, por los empleados, que podíamos contar con su buena predisposición.

Medico de los de antes. Un gran neurólogo infantil.

Todavía no puedo asimilar que ya no esté en su consultorio. Lo extraño. Lo extrañamos.

 

Mariángel Foster:

10 años sin Owen, pero estás siempre presente.

Tengo solo palabras de agradecimiento por todo lo donado.

Alegría, diversión, buen humor, ternura, paciencia, bondad.

Una gran generosidad en tiempo, actos y palabras.

Como padre, fuiste siempre compañero de todas las aventuras y desventuras de mi vida.

Consejero optimista que sin miedo siempre enfrentaba el futuro e invitaba a recorrerlo apostando a ir por más.

Me abriste puertas y me invitaste a conocer tu pasión, tu inmenso compromiso por “la infancia” y descubrí entonces mi camino y mi propia pasión.

La salud Pública, Coriat (como vos le decías) son algunos de los lugares compartidos con vos… en verdad desde mi niñez; son algunos de tus legados, algunos de los lugares maravillosos que podemos compartir, porque aún estás presente.

Te fuiste muy temprano. Demasiado. Vos no te querías ir. Tu mirada estuvo llena de vida siempre y esas ganas de vivir se quedó pujante en todos tus hijos.

Te extraño mucho.

Mariangel, tu hija.